31 dic 2008

El Segundo Gran Mandamiento de Cristo

“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”—Hebreos 10:24

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Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado… En esto conocerán que sois mis discípulos…” Estas palabras no son palabras humanas, sino de nuestro Redentor. ¡Cuán importante es que cumplamos las instrucciones que nos ha dado! No hay nada que pueda hacer tanto para debilitar la influencia de la iglesia como la falta de amor. Cristo dice: “Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas”. Si hemos de enfrentar la oposición de nuestros enemigos, que son representados como lobos, cuidémonos de no manifestar entre nosotros el mismo espíritu. El enemigo sabe bien que si no nos amamos, su objetivo puede ser alcanzado, y la iglesia puede salir herida y debilitada por las diferencias entre los hermanos…

Vivir como ejemplos al mundo

¡Cuán cuidadosos debiéramos ser, para que nuestras palabras y acciones estén en armonía con la verdad sagrada que Dios nos ha encomendado! El mundo nos está mirando para ver el resultado de nuestra fe en nuestro carácter y en nuestra vida. Nos observan para ver si está teniendo un efecto santificador en nuestros corazones, para comprobar si estamos siendo transformados a semejanza de Cristo. Están listos para descubrir algún defecto, alguna inconsistencia en nuestras acciones. No les demos ocasión de reprobar nuestra fe.

No es la oposición del mundo la que más nos amenaza; es el mal atesorado en nuestro medio el que producirá las más grandes calamidades. Son las vidas no consagradas de los maestros las que retardan la obra de la verdad y oscurecen la iglesia de Dios…

Vivir los frutos del Espíritu

Dios quiere que cada hijo suyo se coloque en una posición donde él pueda derramar su amor. Él tiene en alta estima al ser humano, y nos ha redimido por medio del sacrificio de su Hijo unigénito. Hemos de recordar que nuestros prójimos han sido adquiridos con la sangre de Cristo. Si así nos amamos unos a otros, creceremos en amor por Dios y la verdad… El amor es una planta de origen celestial, y si deseamos que florezca en nuestros corazones, tenemos que cultivarla todos los días. El precioso árbol del amor da frutos que nos hacen dulces, amables, pacientes, lentos para responder a las provocaciones, capaces de aguantar y soportar todas las cosas.

Cuando os asociáis con otras personas, cuidaos de vuestras palabras. Que vuestra conversación sea de manera tal que no tengáis que arrepentiros… Si el amor a la verdad está es vuestros corazones, hablaréis de la verdad. Hablaréis de la bendita esperanza que tenéis en Jesús. Si tenéis amor en vuestros corazones, buscaréis afirmar y edificar a vuestro prójimo en la fe más sagrada. Si alguien deja escapar una palabra que afecte el carácter de vuestro amigo o hermano, no fomentéis esta maledicencia, porque es obra del enemigo. Recordad amablemente al involucrado que la Palabra de Dios prohíbe ese tipo de conversación. Debemos vaciar el corazón de todo lo que contamine el templo del alma, para que Cristo pueda habitar en él… Es la unidad de la iglesia lo que la capacita para ejercer una influencia consciente sobre los incrédulos y mundanos.

Vivir por Cristo, la Piedra angular

La iglesia de Cristo es considerada un templo sagrado. Dice el apóstol: “Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo…” Todos los seguidores de Cristo son representados como piedras en el templo de Dios. Cada piedra, grande o pequeña, debe ser una piedra viva que emita luz y encaje en el lugar asignado en el edificio de Dios. ¡Cuán agradecidos debiéramos sentirnos de que se ha abierto una vía donde cada uno tiene un lugar en el templo espiritual! ¿Pensarán, hermanos y hermanas, en estas cosas? ¿Las estudiarán? ¿Hablarán de ellas? Es tan solo en la medida en que apreciemos estas cosas que seremos fortalecidos en el servicio de Dios… y llegaremos a ser… hacedores de las palabras de Cristo…

Es una bienaventurada tarea edificarnos unos a otros en la fe, pero la obra de destrucción es una tarea plena de amargura y dolor. Cristo se identifica con sus hijos sufrientes, porque dice: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Si todos cumplieran las instrucciones dadas por Cristo, ¡qué amor y unidad existirían entre sus seguidores! Cada corazón tiene sus propias penas y desilusiones; debiéramos buscar la forma de aligerar las cargas de los demás al manifestar el amor de Jesús a los que nos rodean…

En lugar de buscar faltas en los demás, seamos críticos con nosotros mismos. Cada uno de nosotros debiera preguntarse: ¿Está mi corazón en armonía con Dios? ¿Glorificará este curso de acción a mi Padre que está en el cielo?...

Vivir para amar

Cristo es nuestro ejemplo. Anduvo haciendo el bien. Vivió para ser una bendición. La belleza del amor ennobleció todas sus acciones, y a nosotros se nos ordena seguir sus pasos. Recordemos que Dios envió a su Hijo unigénito a este mundo de dolor para “redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. Busquemos satisfacer los requerimientos de Dios y cumplir su ley. “El cumplimiento de la Ley es el amor”. El que murió para que tengamos vida nos ha dado este mandamiento, para que nos amemos unos a otros como él nos ha amado. Entonces el mundo sabrá que somos sus discípulos…


Este artículo es un extracto del que fue publicado en la Advent Review and Sabbath Herald, ahora llamada Adventist Review , el 5 de junio de 1888. Los adventistas creemos que Elena G. de White ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público.

Fuente: Spanish Adventist World

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