28 ene 2009

Nuestra misión, el Mundo

Por:

Las vidas de los que están conectados con Dios son fragantes en obras de amor y bondad. El dulce sabor de Cristo los rodea; la influencia que ejercen eleva y bendice a los demás. Son árboles que dan fruto. Los hombres y mujeres con semejante marca de carácter servirán a sus prójimos mediante actos de bondad y trabajo serio y sistemático.

La importancia del yo, la vanidad y el orgullo, jamás deberían interferir con la obra sagrada. Los que han sido exaltados porque pueden hacer algo en la causa de Dios, estarán en peligro de echar a perder la obra por su presunción, y arruinarán así sus propias almas.

Todos los que trabajan en la obra de Dios deberían hacer que su misión sea lo más atractiva posible, para que su comportamiento no produzca aversión por la verdad. El yo debe estar escondido en Cristo, y los que trabajan para Dios deben poseer caracteres de sabor fragante. Ahora es el momento de realizar los esfuerzos más serios. Se necesita a hombres y mujeres para trabajar en el gran campo misionero con determinación; hombres y mujeres que oren y clamen para poder sembrar la preciosa semilla de la verdad, imitando así al Redentor, el príncipe de los misioneros.

Cristo dejó los atrios celestiales; dejó su puesto de honor, y por nuestra causa se hizo pobre, para que por su pobreza fuéramos hechos ricos. Trabajó en la viña en las colinas de Galilea, y finalmente regó con su propia sangre la semilla que había sembrado. Cuando la cosecha de la tierra sea reunida en los graneros del cielo y Cristo observe a los santos redimidos, verá el trabajo de su alma y estará satisfecho.

El que da mayores talentos a los que han perfeccionado sabiamente los talentos que se les han encomendado, está listo a reconocer los servicios de sus fieles seguidores en el Amado, ya que éstos han batallado mediante su poder y gracia. Los que han procurado desarrollar y perfeccionar el carácter cristiano mediante el ejercicio de sus facultades en buenas obras y en la siembra de las semillas de la verdad junto a toda agua, cosecharán, en el mundo venidero, lo que han sembrado. La obra iniciada en esta tierra será consumada en la vida más excelsa y santa, y durará por toda la eternidad. La negación y el sacrificio del yo que se necesitan para que el corazón realice las obras de Cristo, serán superados infinitamente por la rica recompensa del eterno peso de gloria, por los gozos de una vida a la altura de la vida de Dios.

Vivir por Cristo

Ninguno debería sentirse satisfecho de salvar solamente su alma. Los que aprecian el plan de salvación, el precio infinito que se pagó por la redención del hombre, no vivirán para sí. Estarán profundamente interesados en salvar a sus prójimos, para que Cristo no haya muerto por ellos en vano.

Todo el cielo está interesado en la salvación de las almas, y todos los que participan de los beneficios celestiales sentirán una ansiedad intensa para que el interés manifestado por el cielo no sea en vano. Cooperarán en la tierra con los ángeles del cielo, al manifestar su aprecio por el valor de las almas por las que Cristo murió. Mediante sus esfuerzos sinceros y sensatos, traerán a muchos al redil de Cristo. Nadie que sea partícipe de la naturaleza divina estará indiferente ante este asunto.

El mundo es nuestro campo de trabajo. Aferrados a Dios para recibir su poder y su gracia, podemos avanzar en el camino del deber como colaboradores con el Redentor del mundo. Nuestro trabajo es esparcir la luz de la verdad y adelantar la obra de la reforma moral, a fin de elevar, ennoblecer y bendecir a la humanidad. En todo curso de acción, deberíamos aplicar los principios de Cristo en el Sermón del Monte, y confiar entonces los resultados a Dios.

El gozo del servicio

“Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”.

Si Dios, Cristo y los ángeles se regocijan cuando un pecador se arrepiente y se torna obediente a Cristo, ¿no debería estar el ser humano imbuido del mismo espíritu, y trabajar por el futuro y por la eternidad con esfuerzos perseverantes para salvar no solo su alma sino las almas de los demás?

Si trabajáis en esta dirección con interés sincero como seguidores de Cristo, cumpliendo todo deber, mejorando cada oportunidad, vuestras almas se adaptarán gradualmente al molde del cristiano perfecto. El corazón ya no se mostrará indiferente e insensible. La vida espiritual no se verá disminuida. El corazón brillará con la impresión de la imagen divina, porque estará en estrecha relación con Dios. La vida entera fluirá con alegre presteza en canales de amor y simpatía por la humanidad. El yo será olvidado, y sus acciones estarán de acuerdo con Dios. Al ofrecer el agua a los demás, sus almas también serán regadas.

El río que fluye de sus almas proviene de una fuente de agua viva, y fluye hacia los demás en buenas obras, en sinceros y abnegados esfuerzos por la salvación de ellos. A fin de ser un árbol fructífero, el alma debe apoyarse y nutrirse de la Fuente de Vida, y debe estar en armonía con el Creador.

La necesidad de consagración


Todos los que son fieles obreros de Dios entregarán de buena gana sus espíritus y todas sus energías como un sacrificio para Dios. En respuesta al toque divino, el Espíritu de Dios que opera sobre el espíritu de ellos convoca las sagradas armonías del alma. Esta es la verdadera santificación, según se revela en la Palabra de Dios, y es obra de toda la vida.

La obra que el Espíritu de Dios ha comenzado sobre la tierra para perfeccionar al hombre, será coronada por la gloria en las mansiones de Dios… Los momentos que se nos otorgan son pocos. Estamos ante los umbrales mismos de la eternidad. No hay tiempo que perder. Cada momento es sagrado y muy precioso como para ser dedicado meramente en beneficio propio.

¿Quién buscará a Dios con sinceridad, y tomará de él la fuerza y la gracia para ser su fiel obrero en el campo misionero? Los esfuerzos individuales son esenciales para el éxito de esta empresa.

1 ene 2009

Activos de Palabra y de Hecho

Somos llamados a esparcir el evangelio con diligencia.

Por: Elena G. de White

Nuestra fidelidad a los principios cristianos requiere el servicio activo por Dios. Los que no utilizan sus talentos en la causa y obra divinas, no tendrán parte con Cristo en su gloria. Toda alma receptora de la gracia divina debe producir luz. Muchas almas permanecen en tinieblas y, sin embargo, ¡qué calma, qué tranquilidad, qué sosiego sienten algunos!...

Se impone a todos los verdaderos seguidores de Cristo ser la luz del mundo. En esta gran tarea, Dios ya ha hecho su parte, y está aguardando la cooperación de sus seguidores. El plan de salvación ha sido expresado en plenitud. Se ofrece la sangre de Cristo para cubrir los pecados del mundo; la Palabra de Dios aconseja, amonesta, reprende, promete y anima a cada ser humano; la eficacia del Espíritu Santo es extendida para asistirlo en todos sus esfuerzos. Pero a pesar de toda esta luz, el mundo aún perece en la oscuridad, hundido en el error y el pecado.

¿Quiénes serán los obreros que trabajarán junto con Dios para ganar estas almas para la verdad? ¿Quién les llevará las buenas nuevas de salvación?

El pueblo que Dios ha bendecido con la luz de la verdad debe ser mensajero de misericordia. Sus medios deben fluir hacia los canales divinos. Sus mayores esfuerzos deben salir a la luz. Deben llegar a ser obreros con Dios, negarse y sacrificar el yo como hizo Cristo, que por nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza fuéramos hechos ricos.

Socios del Cielo

En la obra de salvar las almas se combinan las agencias divinas y humanas. Dios ha hecho su parte, y ahora es preciso que los cristianos actúen. Dios... espera que su pueblo haga su parte para presentar la luz de la verdad a todas las naciones. ¿Quién se asociará al Señor Jesucristo? Él establecerá los términos y las condiciones. ¿Lo ha iluminado Dios con el conocimiento de sí? ¿Se han abierto los tesoros de su Palabra a su entendimiento, para que se torne inteligente respecto de las verdades allí reveladas? Vaya entonces a trabajar usando esas capacidades.

Si es humilde, puro de corazón y decidido, podrá ver las necesidades y carencias de la causa de Dios... Donde hay un obrero debería haber cientos de personas que reciben toda palabra que sale de la boca de Dios, y la dan a otras personas a medida que pueden recibirla. Se podría haber hecho cien veces más de lo que se ha logrado.

Entre los profesos siervos de Dios ha prevalecido el espíritu mundano, y las almas de los hombres no han sido estimadas con la mitad del valor que asignan a sus ganados, sus granjas y sus negocios. Dios les pedirá cuenta de este terrible descuido pasado pero, ¿qué harán en el futuro? ¿Comenzarán a cooperar con el gran Benefactor? Como seres humanos que han disfrutado de la luz de la verdad, ¿dejarán que esa luz alumbre a los que están en tinieblas?

Dios los ha honrado con el privilegio de ser colaboradores con Cristo en la gran cosecha. ¿Recibirán de corazón y con agradecimiento todas las ventajas que Dios les ha dado, y las mejorarán con diligencia, utilizando toda capacidad sagrada encomendada al servicio del Maestro? Su éxito en el avance de los caminos de Dios dependerá de cuanto se esfuercen por mejorar los talentos encomendados. Su recompensa futura será proporcional a la integridad y sinceridad con la que sirvan al Maestro

Toda empresa temporal y terrenal prospera en proporción a la sabiduría, el tacto y la concentración de la energía ejercitada en la adquisición del objeto deseado. Así también debe suceder en toda obra cristiana. Debemos trabajar de acuerdo con la Palabra de Dios. Debe haber una sabia planificación. Deben seleccionarse hombres y talentos apropiados para las diversas ramas de la obra. La Palabra de Dios debe ser nuestra guía en relación con las condiciones específicas por las que podemos llegar a ser obreros junto con Cristo. El deseo de acumular riquezas constituye una tendencia original de nuestra naturaleza, implantada por nuestro Padre Celestial con fines nobles.

Donde está tu corazón

Si le preguntara al capitalista que ha concentrado todas sus energías en alcanzar la abundancia, y que se muestra perseverante y trabajador para incrementar sus propiedades, con qué objetivo se afana de esa forma, éste no podría dar una razón, un propósito definido por el cual está adquiriendo tesoros terrenales y amontonando riquezas. No puede especificar algún gran propósito u objetivo, ni espera alcanzar alguna nueva fuente de felicidad. Continúa acumulando riquezas porque ha dedicado todas sus capacidades y energías en esa dirección.

Dentro del hombre de mundo habita el deseo profundo de alcanzar algo que no posee. Por la fuerza del hábito, ha dirigido todo pensamiento y propósito hacia la búsqueda de hacer provisión para el futuro y, a medida que envejece, se vuelve cada vez más ansioso por adquirir todas las ganancias posibles...

Toda esta energía, perseverancia, determinación y ahínco dedicado a las cosas terrenales es resultado de la perversión de sus capacidades tras un objetivo equivocado. Cada facultad podría haber sido cultivada hasta las mayores alturas por medio del ejercicio, en pro de la vida celestial e inmortal, y con un propósito de gloria infinitamente superior y eterno.

Debido a su perseverancia y energías, y a la utilización de cada oportunidad para incrementar sus posesiones, las costumbres y prácticas de los mundanos deberían ser una lección para los que dicen ser hijos de Dios y buscan la gloria, la honra y la inmortalidad. A lo largo de las generaciones, los hijos de este mundo han mostrado ser más sabios que los hijos de la luz, y en esto reside su sabiduría: Su objetivo son las ganancias mundanales, y a este fin dedican todas sus energías. ¡Oh, que este celo pudiera caracterizar a los que buscan las riquezas del cielo!


Este fragmento ha sido extraído de un art
ículo escrito en Basilea, Suiza, que apareció por primera vez cien años atrás en la Advent Review and Sabbath Herald (en la actualidad, Adventist Review;

Fuente: "Spanish Adventist World"