19 dic 2008

Caminemos en la luz

Es el único camino a la libertad y el gozo.

P
ara cuando usted lea este artículo, probablemente ya estemos en un nuevo año. Muchos acaso hayamos tomado nuevas resoluciones. Algunos ya estaremos luchando para cumplirlas, mientras que otros, en tan solo días o semanas las habrán olvidado.
Sea como fuere, como seguidores de Cristo tenemos una misión que cumplir. Hemos recibido un llamado especial. Dice Pedro: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). Ya no estamos en tinieblas. Estamos en la luz, la luz maravillosa que nos ayudará a cumplir la misión que se nos ha encomendado.

Estar en tinieblas


Cuando estamos en oscuridad total no podemos ver lo que nos rodea. Ignoramos lo que sucede y no sabemos qué hacer. Seguir en las tinieblas es seguir en nuestra condición pecaminosa. Solo pensamos en el yo. El propósito de la vida es gratificar nuestros deseos sin pensar en los demás. Perdemos nuestra conexión con el que afirmó: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mat. 5:14). El resultado final es que quedamos atrapados por el mundo y nuestro corazón se llena de “malicia… engaño, hipocresía, envidias y… maledicencia” (1 Ped. 2:1).
Para salir de esta situación, necesitamos conectarnos con la fuente de luz, que es Cristo nuestro Señor. Pero las palabras no son suficientes. Lo que necesitamos es experimentar a Jesús en nuestra vida. Y solo podemos lograrlo por medio del estudio de la Palabra de Dios, mientras le pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine.

Estar en la luz


Cuando nos conectemos con Cristo, aprenderemos a vivir como él vivió cuando estaba aquí en la tierra. Vivió entre la gente, se mezcló con ellos, atendió sus necesidades, sanó a los enfermos, consoló a los desanimados y expulsó demonios. No hizo nada para vanagloriarse; todas sus acciones buscaron ayudar a otros. Cuando estemos en la luz, ese mismo espíritu de altruismo entrará en el corazón y así podremos continuar la misión que él comenzó, que es lo que espera el cielo de nosotros.
Cuando realmente lo conozcamos, nuestra visión mejorará y veremos cuál es nuestra condición real. Cristo es la luz, y al contemplarlo somos transformados a su semejanza. Jesús estuvo lleno de compasión por sus hijos descarriados. Cuando queremos ser limpios, él está listo y dispuesto a limpiarnos.
Pero es nuestra decisión pedirle que nos limpie. A menos que sintamos personalmente esa necesidad, es imposible alcanzar la pureza. Y sin ella, no podemos habitar en la luz de Cristo. Demasiado a menudo somos orgullosos, arrogantes, egoístas e incapaces de ver cuán necesitados estamos. A menos que nos rindamos al poder purificador de Cristo, seguiremos en tinieblas. Somos hechos nuevas criaturas solo cuando nos rendimos de buena gana a la fuente de poder, a nuestro compasivo Salvador. “De modo que si alguno está en Cristo –dice Pablo– nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
Cada uno de nosotros debería preguntarse: ¿Estoy experimentando el nuevo nacimiento en mi vida diaria?

Cómo brillar

Como seguidores de Cristo, necesitamos servir a nuestro prójimo con la misma compasión y ternura que él demostró cuando estuvo en esta tierra. Solo el servicio desinteresado le resulta aceptable. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 5:16).
Esto debería llevarnos a examinar nuestros motivos para el servicio. ¿Lo hacemos para glorificar a Dios, a quien pertenecen solamente la gloria y la honra?
El amor es el medio por el cual hemos de iluminar al mundo. Sin amor todo permanece en tinieblas. Como seres humanos, estamos dispuestos a amar a los que nos aman y apoyan. Pero Cristo dice: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian…” (Luc. 6:27). Cristo nos amó cuando aún éramos sus enemigos (Rom. 5:8). Es esa la clase de amor que alcanza a los malvados, los oprimidos, los pobres, los rebeldes, los despreciables; es un amor que calma, que ilumina, que marca una diferencia en la vida de las personas.
Como seguidores de Cristo, necesitamos mostrar ese mismo amor que atrae a las personas y las valora. Los que practiquen esta clase de amor vivirán en la luz; su obra jamás será sin recompensa. La Biblia nos insta a amar a nuestros enemigos, siendo ejemplos de nuestro Padre celestial, que “es 
benigno para con los ingratos y 
malos” (Luc. 6:35).
Por supuesto, no podemos lograrlo con nuestras propias fuerzas. Pero tenemos el privilegio de que Dios nos dé las fuerzas para avanzar victoriosamente en el servicio desinteresado por otros. Tal como Cristo oró pidiendo fuerzas para cumplir su misión, así también –y mucho más– necesitamos dedicar tiempo a orar y estudiar la Biblia, buscando el poder de lo alto. Las dificultades, las pruebas y la persecución jamás impedirán que continuemos nuestro camino victorioso, siempre que nos tomemos de la mano de Dios.
Y tenemos la seguridad de su presencia: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones… Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:19, 20).

Luchar para alcanzarlo


Al caminar en la luz estamos avanzando hacia un objetivo eterno. “Los que vacilan en cuanto a dedicarse sin reserva a Dios no siguen fielmente a Cristo. Le siguen a una distancia 
tan grande que la mitad del tiempo no saben realmente si están siguiendo en sus pisadas o en las del gran enemigo… La vida y el espíritu de Cristo son la única norma de excelencia y perfección; y la única conducta segura que podamos seguir es la que él 
ejemplificó. Si así lo hacemos él nos guiará con sus consejos, y más tarde nos recibirá en gloria. Debemos contender con diligencia, y estar dispuestos a sufrir mucho a fin de andar en las pisadas de nuestro Redentor. Dios está dispuesto a trabajar por nosotros, a darnos su libre Espíritu, si luchamos, vivimos y creemos para obtenerlo; 
entonces podremos andar en la luz, como él está en la luz” (Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, 
vol. 1, pp. 362).

Fuente: "Spanish Adventist World.

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