Keisha McKenzie
A lo largo de las Escrituras, los profetas y predicadores presentan metáforas de Dios. David, Ezequiel, Juan y Pablo afirman en sus escritos que el Señor es un pastor de ovejas, y Jesús menciona que Dios siembra semillas y cuida de las viñas. Israel era una nación de pastores de ovejas y granjeros, por lo que podía entender estas imágenes que muestran a un Dios que trabaja en, por y por medio de su pueblo.
La Biblia también describe al Señor como alfarero, una metáfora que raramente estudiamos. Dice Isaías: “Ahora bien, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero. Así que obra de tus manos somos todos nosotros” (Isa. 64:8). En Jeremías Dios les dice a sus hijos errantes: “Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de Israel” (Jer. 18:6). Esta imagen, que habló con tanta claridad en la antigüedad, también puede hablarnos hoy día, no importa dónde vivamos.
La mayoría de las metáforas bíblicas del alfarero pueden pertenecer a dos categorías: (a) el juicio de los malvados y (b) la restauración de los justos. Cuando Dios ejecuta su juicio, destruye una vasija de barro cocido, a veces contra el suelo: “Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás” (Sal. 2:9). Sin embargo, cuando Dios manifiesta su restauración, la expresa mediante la creación de una vasija de barro. En Jeremías 18, Dios el Alfarero se muestra constructivo y con un propósito. Se halla en el torno, fabricando una vasija.
Dios dijo a Jeremías: “Desciende a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras” (Jer. 18:2). Al visitar esa casa junto a Jeremías, nosotros también podríamos aprender lecciones que Dios anhela enseñarnos.
Lección 1: La necesidad del Espíritu Santo
Un diccionario bíblico explica que la arcilla se vuelve “cada vez más pastosa y fácil de trabajar al agregarle agua, y más rígida al secarse”. Su naturaleza cambia cuando es combinada con agua.1 Las partículas de arcilla no se unen sin agua, y si no se unen, el alfarero no puede darles forma. El agua –ese agente suavizante y unificador– representa al Espíritu Santo.
Cuando Jesús dice en Juan 7:37-39: “Si alguien tiene sed, venga a mí y beba”, Juan nos dice que “esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él”. Ese Espíritu, nos recuerda Pablo, produce la unidad del pueblo de Dios, por lo que debemos procurar “mantener la unidad del Espíritu que es el vínculo de la paz” (Efe. 4:3). Cuando el Espíritu alcanza a los creyentes, “Él los hace trascender los prejuicios humanos de la cultura, raza, sexo, color, nacionalidad y estado”.2 El Espíritu unifica.
Nuestra primera lección de la casa del alfarero es que necesitamos el agua del Espíritu para volvernos maleables y así ser utilizados por Dios.
Lección 2: Aún no somos vasijas.
La Biblia nos llama “arcilla”. Y aunque existe una similitud química entre la arcilla y la vasija, la Biblia realiza una clara distinción (teológica) entre ambas. La vasija es arcilla consolidada, pero la arcilla misma es una vasija en proceso.
La vasija en sí no es resistente ni reciclable. Si no se tiene cuidado se quiebra fácilmente; los fragmentos inútiles no se desintegran. Los alfareros de la antigüedad los juntaban y arrojaban los deshechos en lugares destinados a tal fin, como el lugar donde se sentó Job mientras se rascaba la carne llagada (Job 2:8). Uno de esos sitios era el Valle de Hinón, cerca de Jerusalén, donde la ciudad arrojaba sus deshechos, incluyendo las vasijas rotas. Allí lleva Dios a Jeremías.
Como lección para Judá (y para nosotros), Dios no solo ordena arrojar, sino también destruir la vasija de arcilla. Cuando Jeremías obedece y la rompe, Dios explica: “De esta forma quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más” (Jer. 19:11). Dios decreta que la vasija no será restaurada. Ya no puede ser reparada con ningún adhesivo, pegamento o por medio de algún agente humano. La arcilla es destruida. Su “período de prueba” ha terminado.
Al igual que la vasija de Jeremías, cada uno de nosotros enfrentará uno de dos futuros. O somos quebrantados en el Valle de Hinón, o seremos vasijas perfectas, reunidas para ser utilizadas en la Casa de Dios: destrucción eterna o servicio eterno (Mal. 4:1; Juan 14:2, 3). Dios, el Alfarero, pronto completará su obra de construcción en nosotros y el período de prueba habrá llegado a su fin.
Nuestra segunda lección, entonces, es que aún no somos vasijas, sino arcilla en las manos de Dios. Mientras dure el
período de prueba, Dios aún trabaja con nosotros y en nosotros, moldeándonos y dándonos forma según bien le parece
(Jer. 18:4).
Lección 3: Tenemos que pasar por el fuego.
A fin de crear el recipiente, el alfarero de la antigüedad tomaba la arcilla de la tierra y la pisoteaba (Isa. 41:25). A continuación suavizaba la arcilla con agua y formaba una pasta. Luego la colocaba en el centro del torno de alfarería, que consistía en un disco plano montado en forma horizontal sobre una barra vertical (Jer. 18:3). Al sostener la arcilla en movimiento giratorio y darle forma con sus dedos y manos, el alfarero creaba la vasija.
Una vez formada, podía secarse al sol, pero de esa forma podía combarse y abrirse al incorporarle líquidos. Es por eso que todos los alfareros de la antigüedad cocinaban las vasijas en un horno especial que fácilmente podía alcanzar 1.500 ºC. Después de ser pisoteada, amasada, golpeada, pinchada y
girada a velocidades vertiginosas, la arcilla era colocada finalmente en un horno abrasador.
No es una experiencia de calma y deleite. Pero eso es lo que nos espera como arcilla. Las fieras pruebas de la vida –las deudas, el divorcio, la decadencia, los trastornos, el dolor y la muerte– nos alcanzan a todos. Sin embargo tenemos el consuelo que detrás de todo hay un propósito eterno. Dijo Elena de White: “El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo precioso que quiere desarrollar... No echa piedras inútiles en su hornillo. Lo que él refina es mineral precioso”. 3 Por medio del “fuego de la prueba” compartimos los padecimientos de Cristo “para que también en la revelación de su gloria” nos gocemos “con gran alegría” (1 Ped. 4:12, 13).
Lección 4: Cuanto más calor, mejor la vasija.
El barro cocido, por más que luzca bonitos colores y apariencia vidriada, se quiebra con facilidad si es cocido a bajas temperaturas; esas vasijas no poseen la fortaleza interior necesaria para soportar la presión y el servicio vigoroso. Las vasijas de cerámica esmaltada, que son más fuertes y resistentes, se cuecen al doble de temperatura y la porcelana, que soporta entre 1.300 y 1.500 ºC, es la mejor y más costosa clase de alfarería.
Aun así, el alfarero no somete sus vasijas a cantidades desmesuradas de resistencia. De hecho, cada clase de vasija requiere una dosis diferente de calor, y en la casa del Alfarero ninguna vasija recibe más calor que el necesario. Sin embargo, se necesita el fuego de la prueba para producir buenas vasijas, y el producto del mayor “dolor” es la porcelana, una de cuyas características es que “canta” al ser golpeada. Al igual que Hus y Jerónimo, que cantaron en la hoguera o que Pablo y Silas, que cantaron en la cárcel de Filipos, los cristianos son la porcelana humana. Por medio del Espíritu, día a día los creyentes desarrollan esa capacidad de resonancia, ese rechazo total a la venganza, esa capacidad de amar bajo presión.
La porcelana posee una segunda característica: cuando está cerca de la luz, se vuelve traslúcida. De la misma manera, al haber pasado por el fuego, nos volvemos traslúcidos a la luz de Cristo para alumbrar al mundo en tinieblas (Mat. 5:16).
En su torno de alfarería y por medio de su Espíritu, el Alfarero puede darnos forma. No nos ve como arcilla estropeada, sino como fina porcelana. Promete restaurarnos. Sabemos que él es fiel, y que lo hará ” (1 Tes. 5:24).
Dios el Alfarero nos espera en su casa. ¿Qué estamos esperando?
1 Comentario Bíblico Adventista, ver “arcilla”.
Fuente: "Spanish Adventist World"
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