24 jun 2010

¿Por qué se van?

Por: Jan Paulsen.

Una de nuestra mayores prioridades tiene que ser que los adolescentes y jóvenes sean parte real de la iglesia

Cuando recordamos el curso que ha tomado nuestra vida, es fácil pensar en cierto tipo de “inevitabilidad”; es decir, los estudios y el trabajo que hemos elegido, el cónyuge, la familia. Sin embargo, este sentido de inevitabilidad es ilusorio. En esa fase temprana de toma de decisiones –en la adolescencia y años juveniles– cuando tantas elecciones conllevan consecuencias duraderas y acaso desconocidas, lejos estamos de anticipar el futuro.

Éste se debate precariamente entre una multitud de variables, que pueden llevarnos hacia uno u otro lado según las circunstancias o posibilidad de escoger. Al pensar en mi adolescencia digo: ¡Qué reducidos eran los márgenes! ¡Con qué facilidad una decisión apresurada o diversas circunstancias podrían haberme llevado por un camino diferente! Y pienso en los menores de 35 años de nuestra iglesia, que se hallan en proceso de tomar las mismas decisiones.

Ya no se limitan a reflejar las actitudes y creencias de sus padres o maestros. Están probando estos valores por sí mismos, decidiendo si los conservarán, modificarán o reemplazarán por algo totalmente diferente. Pienso entonces en el éxodo de jóvenes de nuestras iglesias, y esto me aflige profundamente. ¿Por qué tantos se marchan? Aun a riesgo de simplificar exageradamente algo de gran importancia para la iglesia, me gustaría ofrecer unas pocas reflexiones que he acumulado a lo largo del tiempo, pero que en años recientes han alcanzado un creciente sentido de urgencia.

Al hablar de esto, tenemos que diferenciar dos grandes grupos: los adolescentes y los jóvenes profesionales. Si bien algunos temas se repiten en ambos, sus luchas y experiencias son en esencia diferentes y, por lo tanto, también serán diferentes sus razones para abandonar la iglesia.

Los adolescentes

Hace muchos años, a un joven muy cercano a mí le sucedió algo. En ése entonces él estaba luchando con diversos problemas y le costaba levantarse cada sábado para ir a adorar. Un sábado por la mañana, llegó tarde a la iglesia vistiendo pantalones vaqueros. El primer anciano que lo recibió le dijo: “No llevas la ropa apropiada. Vuelve a tu casa a cambiarte”. Así es que se fue y jamás regresó. Comenzó entonces una larga travesía por caminos oscuros donde ha pasado mucho, mucho tiempo. De tanto en tanto, abandona esos caminos, pero esto refleja más bien el amor que siente por sus padres y el saber que ellos lo aman incondicionalmente. ¿Fue este incidente la única razón por la que abandonó la iglesia? No, pero fue un momento decisivo para él que la iglesia le dijera: “Tú no encajas en este grupo de adoradores. Vete a tu casa y ponte ropas más adecuadas”. Vete a tu casa y ponte ropas más adecuadas”.

Muchos adolescentes deciden abandonar la iglesia básicamente porque se sienten observados y criticados. Se los hace sentir indignos, sin una función útil. Sienten que la iglesia no representa un lugar seguro para analizar los cuestionamientos relacionados con la conducta y las normas que tienen que enfrentar.

Podríamos hacer una larga lista de ellas: las actividades sociales, la música y el entretenimiento, las relaciones sociales y la sexualidad, la necesidad de expresar el sentimiento creciente de individualidad e independencia. Hablan de estas cosas entre ellos, pero en voz baja, porque sienten que si alguien los escucha, los condenará. ¿Cómo podemos incluir de manera más efectiva a los adolescentes?

Hazlo como algo personal. Piensa en tu familia y tus hijos. ¿Les cuesta mucho a tus hijos sentirse “dignos” ante ti? ¡Por supuesto que no! Son sangre de tu sangre. Si dedicáramos tiempo a pensar en cada joven de nuestra congregación como si fuera nuestro propio hijo o hija, nuestra visión experimentaría una gran transformación. Sólo podemos ofrecer orientación y corrección efectiva cuando el adolescente siente la misma calidez de parte de la iglesia que la que siente un niño con sus vínculos familiares más cercanos.

Tiene que ser algo personal.

No es una tarea que deba delegarse en el Departamento de Jóvenes, los Exploradores o la Escuela Sabática. Es mi actitud hacia los miembros más jóvenes lo que hace la diferencia. ¿Qué perciben en mis palabras y actitud hacia ellos? 4 · [76] rA abr. 2010. Una de nuestra mayores prioridades tiene que ser que los adolescentes y jóvenes sean parte real de la iglesia. rA abr. 2010 [77] · 5

Sitúalo en el contexto
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Los adolescentes hacen y dicen cosas alocadas; así es. Son adolescentes, y es normal que así sea. Está en su naturaleza probar a los mayores tomando decisiones que nos alteran y desestabilizan. Puede deberse a la presión social, a un acto de rebeldía o, simplemente, a que han crecido en un mundo –el mundo adventista– y quieren probar y experimentar “el otro”. Los valores de sus padres no se transmiten genéticamente; el adolescente cuestiona y prueba de manera activa. Es
un proceso normal en esa etapa de la vida. Seamos entonces amables y pacientes con ellos, capaces de ver su potencial a largo plazo.

Recuerda.
Todos pasamos por esa etapa, y también cometimos errores. ¡Muchos errores! ¿Recuerdas cuando eras adolescente? Con seguridad te habrás sentido demasiado consciente de cada espinilla en tu rostro, de cada falta cometida, y muy vulnerable respecto de las opiniones de los demás. Una palabra irreflexiva, por parte de un adulto de la congregación, puede tener consecuencias inimaginables para un joven cuya frágil opinión de sí mismo se ve fácilmente destrozada. Por el contrario, unas pocas palabras de afirmación pueden tener un impacto igualmente poderoso y positivo.

Los jóvenes profesionales


También están los que pasan la adolescencia y siguen asistiendo a la iglesia, al menos con frecuencia. Están terminando sus estudios, comenzando sus carreras profesionales y estableciendo sus familias. ¿Qué marca la diferencia entre los que desarrollan raíces sólidas y duraderas en la comunidad de creyentes y quienes se alejan paulatinamente de la iglesia?

Relevancia
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Hay un grupo de amigos, jóvenes profesionales, que suelen reunirse de vez en cuando. Provienen
de diversos países, pero sus carreras los han traído junto con sus familias a la misma ciudad de Europa. Algunos aún poseen sólidos vínculos con el adventismo, mientras que otros los han ido perdiendo, pero todos ellos han pasado por un camino similar en lo que respecta a su educación y experiencias tempranas de vida. A veces hablan de la iglesia, y se preguntan: ¿Cuán relevante es el adventismo? ¿Tiene algo significativo que aportar sobre los temas cotidianos: la justicia social, la pobreza, los derechos humanos, el medio ambiente, la ética, la economía o la comunidad en la que vivimos? ¿Qué diferencia señala en la práctica el nombre “adventista”? Para muchos adultos jóvenes, su percepción del nivel de respuesta de la iglesia a estas preguntas determina que decidan quedarse o abandonarla.

Están desencantados con la religión que se dedica exclusivamente al porvenir mientras ignora el presente. No es que hayan dejado de creer en lo que enseña la iglesia, pero han perdido la fe en la capacidad de ésta para hablar de manera significativa de la realidad de todos los días. Los frustra lo que perciben como la falta de voluntad de la iglesia de usar su peso moral y teológico para reaccionar respecto de los temas que más preocupan a la sociedad.

Comunidad.

Lo que es aún más importante, para algunos de esta franja etaria, la iglesia no les brinda los vínculos comunitarios que ansían. Un joven profesional me dijo hace poco en una carta: «Cuando alguien está luchando, ¿busca inmediatamente la iglesia como el lugar donde sabe que será atendido y cuidado? ¿O es la iglesia el último lugar que elegiría para abrir su corazón y pedir ayuda? A menudo sucede lo segundo». Para generaciones afectadas por el posmodernismo, no alcanza con “tener la razón”. Podemos hablar de la verdad con elocuencia, podemos ser correctos
en todos los detalles, podemos citar capítulos y versículos, pero aun así se alejarán si no perciben
un profundo sentido de calidez y aceptación.

Funcionamiento y confianza.

Los jóvenes profesionales también se alejan porque están llenos de ideas y energías, pero no hallan espacio para expresarlas dentro de la iglesia. No es que crean que la iglesia les resulta irrelevante, sino que piensan que ellos carecen de valor para la iglesia. Por ello, aunque permanezcan por un tiempo por razones familiares o sociales, en realidad ya se han alejado.

Un llamado a actuar

No tengo palabras para expresar mi profunda convicción de que tenemos que dar funciones significativas a los jóvenes en la iglesia. No podemos limitarnos a mantenerlos ocupados, sino que debemos incorporarlos a funciones que conlleven elevados niveles de confianza, incluirlos en la toma de decisiones, buscar su participación para que, de alguna manera, entiendan: Queremos escuchar vuestra voz. Para los adolescentes y jóvenes profesionales, la confianza es la base de todo. No aquélla que dice: “Te voy a dar esta pequeña tarea, y después de un tiempo veremos si aprobamos tu gestión”.

Me refiero más bien a una confianza que los libera y capacita para ser socios activos de la adoración y testificación de sus congregaciones; a una confianza que reconoce que no hay que alcanzar un nivel determinado antes de sentir el deseo apasionado de servir a Dios; a una confianza que considera que el amor de ellos por la iglesia es tan profundo como el mío, y que también ellos la han elegido como hogar espiritual. ¿Será diferente la manera que tienen ellos de ver las cosas? Acaso sea así. ¿Entraña esto un riesgo?

Puede ser. Pero el peligro de no confiar en nuestros jóvenes es mucho mayor, porque si no aprendemos a confiar en ellos, nos dejarán.

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