12 may 2012

Para Dios no hay demoras

Por: Mary H. T. Wong

Me sentí enojada y frustrada después de hablar por teléfono con mi agente de bienes raíces. Era casi la vigésima vez que mi esposo y yo habíamos perdido una oferta por la casa que queríamos, y ya habían pasado dos años desde que habíamos comenzado a buscar una. Es probable que ya habíamos recorrido cien casas desde nuestro regreso al área.

Después de vivir encerrados en edificios elevados en el campo misionero, queríamos hallar una casa con un jardín amplio y vista hacia las montañas o a una fuente de agua. Por eso, cada vez que íbamos a ver una casa, lo primero que hacíamos era mirar por las ventanas para ver si se veía alguna montaña al menos en el horizonte. Es verdad, nos mostraron casas al pie de las montañas o en sus laderas, pero generalmente el precio estaba más allá de nuestras posibilidades o no cumplían los requisitos mínimos que nos habíamos propuesto.

Hubo otra cosa que nos frustró sobremanera. Si bien las condiciones habían sido favorables para la adquisición de inmuebles cuando llegamos y se había predicho más de una vez que se producirían caídas considerables de precios, el mercado no daba signos de decaer. Varias veces pensamos que habíamos hallado la casa ideal y dimos una oferta, sólo para descubrir que alguien había ofertado más que nosotros. Fue en esos momentos que clamé a Dios con amargura y lo acosé con preguntas: “¿Por qué, Señor? ¿No te importan nuestras necesidades?”

Ya nos habíamos dado por vencidos cuando sucedió lo inesperado. Alguien nos dijo que había una casa para la venta, y hacia allí nos dirigimos. Sin embargo, fue otra casa con el cartel que decía “Se Vende” en la cuadra siguiente la que nos llamó la atención. Detrás de ella, a menos de un kilómetro de distancia, se alzaba toda una cadena de montañas, y en el horizonte podíamos ver aún más montañas. Para donde miráramos había montañas. Y nos vendieron la casa aunque nuestra oferta no fue la más alta.

Cada día, mientras nos deleitamos con la impresionante y maravillosa vista de las montañas y nos emocionamos ante cada salida y puesta de sol, nos sigue asombrando que, si bien inicialmente habíamos pedido ver al menos algo de una montaña, Dios nos había reservado toda una cadena montañosa muy cerca de nuestro hogar. Ciertamente Dios ha respondido a nuestras oraciones de una manera que superó nuestras expectativas. Podemos mirar ahora y entender por qué nos permitió experimentar la desilusión de perder las demás casas. No era que no le importaban nuestras necesidades, sino porque tenía en mente una casa que nos daría más que lo que habíamos esperado y pedido. ¡Sólo tenía que hacer las cosas en su tiempo!

José: Después de la espera, una vida diferente

Después de esta experiencia puedo entender mejor dos relatos bíblicos. En primer lugar, veo al joven José atado de manos en una caravana que lo aparta de la vida protegida de hijo amado y lo arroja a una vida de servidumbre. Mientras sus ojos angustiados buscan algún signo de liberación en las colinas circundantes, sus clamores parecen rebotar en un cielo indiferente. Desesperado, llega a Egipto, como esclavo de Potifar. Sólo le restaba calmar su angustia en el trabajo duro. Pero su amo apreció su laboriosidad y lo elevó de rango. Entonces, cuando todo iba bien, la trampa de su ama produjo un cambio que lo llevó a la cárcel.

Sin embargo, José seguía acudiendo a Dios como la fuente de su fuerza e hizo lo mejor bajo las circunstancias que le tocaron. Entonces llegó la liberación desde un lugar inesperado. Su interpretación exacta de los sueños del copero y del panadero hizo que el primero fuera liberado. José sólo le pidió que le recordara al faraón de su situación. Sin embargo, los días transcurrieron sin que nada pasara. Mientras continuaba languideciendo en prisión en la flor de la vida, debe haber enviado miles de interrogantes hacia el cielo.

¿Qué pasó entonces? Alguien golpeó a la puerta de su celda. Los guardias lo vinieron a buscar con gran urgencia. El temor lo atenazó. ¿Estaba por ser ejecutado? José se encontraba totalmente desprevenido para los honores que le brindarían luego de interpretar los sueños del faraón. Mientras lo paseaban en carroza como segundo después del faraón, finalmente entendió que Dios había producido en el copero una amnesia temporaria. Si apenas liberado le hubiera hablado al faraón acerca de José, ¿habría tenido el mismo impacto la interpretación del sueño? En su sabiduría, Dios había permitido que José esperara para que su plan se cumpliera de una manera que excedía por mucho sus sueños más gloriosos.

Moisés: La tragedia y el triunfo

Entonces veo a Moisés mientras camina orondo por el palacio del faraón, lleno de la visión de una misión que ha sentido desde pequeño: la liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto. Desafortunadamente, llevado por un celo equivocado, adoptó un curso de acción impulsiva que lo arrojó del palacio al desierto inhóspito. Con desesperación y frustración, cambió la multitud de israelitas que había soñado liberar por los tropezones de un camino rocoso mientras seguía los pasos de su rebaño de ovejas. Al mirar a las montañas que lo separaban del mundo que había conocido, debe haber clamado: “¿Por qué, Dios? ¿Me has abandonado?”

Cuarenta años después, cuando ya se había resignado a pasar el resto de su vida como un pastor humilde en el desierto, Dios lo llamó desde la zarza ardiente y le señaló su misión: sacar a los israelitas de Egipto. Para entonces, los años en el desierto habían erosionado su confianza en su capacidad para la misión. Sin embargo, animado por Dios y con la promesa de ayuda y apoyo de su hermano mayor, aceptó el llamado.

En Egipto, a pesar de un primer rechazo de los israelitas y de la voluntad inclaudicable del faraón, finalmente pudo llevar a cabo el espectacular éxodo. ¡Cómo sufrió bajo la pesada tarea de guiar a esa multitud de personas rebeldes y de dura cerviz! Se sintió aliviado cuando llegaron a la frontera de Canaán. Pronto terminaría su labor ingrata. Sin embargo, lleno de temor, el pueblo no quiso entrar en la tierra prometida y debió vagar por el desierto durante cuarenta años como castigo. Podemos imaginar a Moisés clamando: “¿Por qué, Señor?”

Cuarenta años pasaron, y Moisés se encontró una vez más en la frontera de Canaán. Una vez más su sueño se vio frustrado. Por lo que aparentemente fue una desviación menor de la orden divina en Cades, una vez más se le impidió entrar la tierra prometida. Tendría que conformarse con sólo una mirada lejana desde el otro lado del Jordán de la tierra que fluía leche y miel. Sin quejarse, Moisés se entregó a la voluntad divina. ¡Qué sorpresa habrá sido para Moisés despertar finalmente en la Canaán celestial!

Bien lo dijo Salomón: “La esperanza que se demora es tormento del corazón” (Proverbios 13:12). Sin embargo, a la luz de mi propia experiencia y de la de José y Moisés, sólo me gustaría agregar que “la esperanza que se demora” a menudo le brinda la oportunidad a Dios de darnos algo mejor. Todo lo que debemos hacer es someternos a su voluntad y permitirle que haga las cosas en su tiempo.

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Mary H. T. Wong (Ph.D., Michigan State University) es profesora de inglés y autora de artículos y libros. Actualmente vive en San José, California, EE.UU.

Fuente: Revista: Dialogo Adventista, Edición 2006

2 comentarios:

Noemi dijo...

hola visitándoles desde El Salvador, Centroamérica. bendiciones
mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com

Unknown dijo...

Dios los continue llenando de sabiduría hermanos.