Cada uno tiene que evaluar las evidencias.
Hace poco, hemos sido testigos de un resurgimiento de los ataques contra Dios y la religión por parte de personas como Richard Dawkins (El espejismo de Dios), Daniel Dennett (Romper el hechizo), Sam Harris (El fin de la fe), y Christopher Hitchens (Dios no es bueno).
Como adventistas, debemos admitir que no podemos colocar a Dios en un tubo de ensayo y probar su existencia por métodos científicos. Dios está más allá de toda prueba. Nuestra capacidad de comprenderlo depende del alcance de su propia revelación.
Entre otros métodos, Dios se nos revela en (1) la creación (Gén. 1:1), (2) por medio del mundo natural (Sal. 19:1), (3) en nuestro sentido de moralidad y el deseo innato de lo divino y (4) por medio de Jesucristo, la máxima revelación de Dios (Juan 1:14, Heb. 1:1-3). Dios no pide disculpas por ser quien es. Si bien permite que dudemos de su existencia, también nos da suficientes evidencias para creer, de manera que no tengamos excusa (Rom. 1:19, 20).
Permítanme compartir algunas razones por las que creo en Dios:
1. El comienzo de todas las cosas
Pensemos en el comienzo de la vida. Dios afirma ser el responsable directo de crear los cielos y la tierra (Gén. 1:1-3; Isa. 45:12, 18). Afirma haber puesto en su lugar los fundamentos de la tierra y medido sus dimensiones (Job 38:3-5). Afirma haber creado las criaturas del mar, las aves de los cielos, los animales terrestres (Gén. 1:20-22), y en último término al ser humano (Gén. 1:27; Sal. 139:14). Por fe, aceptamos el origen divino de la vida, sobre la base del testimonio bíblico de Dios como Creador y Sustentador del universo (Heb. 11:1).
Las personas de toda época
y lugar tienen alguna noción
de moralidad. La ley de Dios
está grabada en nuestras
conciencias.
Muchos, sin embargo, escogen creer otra cosa. El 10 de septiembre de 2008, miles de científicos de ochenta países se reunieron en las instalaciones de la Organización Europea de Investigación Nuclear (CERN) en Suiza para poner en funcionamiento el acelerador de partículas más poderoso del mundo, conocido como el «Gran Colisionador de Hadrones». El experimento buscaba probar la teoría del Big Bang, y refutar indirectamente la enseñanza bíblica de la creación. Pero el resultado no fue el esperado; por el contrario, no se produjo explosión alguna, ni ningún agujero negro tragó partes de la región, ni llegó el fin del mundo.
Para mí, el relato de la creación sigue sin ser refutado.
2. Evidencias del mundo natural
La tierra tiene más de once millones de especies animales, incluyendo la vida humana; trescientas mil especies de plantas, veinte mil de aves y cinco mil de reptiles. El planeta mismo es un ejemplo fascinante de complejidad extrema: tiene el tamaño exacto y la velocidad angular precisa para garantizar el equilibrio de las estaciones y las proporciones de tierra y agua. La mínima interferencia en esta compleja función cósmica podría significar la vida o la muerte de todos los organismos vivos.
¿Qué probabilidades existen de que esta complejidad sea resultado de la casualidad? ¡Muy remotas! Una inteligencia tiene que estar detrás de todo esto. Y para mí, esta realidad nos refiere a Dios.
El testimonio del mundo natural, aunque silencioso, es elocuente (veáse Sal. 19:1). A pesar del pecado (Hech. 17:27), la naturaleza aún nos revela a Dios (Rom. 1:19, 20).
3. La moralidad y el deseo innato de Dios
Las personas de toda época y lugar tienen alguna noción de moralidad, aun en los lugares más recónditos y en las culturas más diferentes. La ley de Dios está escrita en nuestros corazones (Rom. 2:11-16). Todos saben «instintivamente» que es malo matar a otro ser humano. ¿De dónde proviene ese sentido moral? Creo yo que de Dios. Él es la base de toda moralidad.
De la misma manera, la creencia en un mundo espiritual y en un ser supremo (o seres supremos) es también un fenómeno universal. Gente de toda procedencia muestra algún tipo de devoción o adoración. Algunos adoran al «Dios desconocido», como les dijo Pablo a los habitantes de Atenas (Hech. 17:22, 23). Este instinto innato es, creo yo, una consecuencia directa de que Dios «ha puesto eternidad en el corazón del hombre» (Ecl. 3:11). Somos incurablemente religiosos (cf. Hech. 17:26, 27).
Al famoso físico-matemático y filósofo Blas Pascal se le atribuye el siguiente comentario: «Hay un vacío con forma de Dios en el corazón de cada ser humano que no puede ser llenado por ningún ser creado, sino solo por Dios, el Creador, revelado a través de Cristo» (Pensées).
4. El testimonio de Jesús
Even Si bien el mundo natural y la vida humana nos señalan a Dios, no sirven para comprenderlo plenamente. El punto máximo de la relevación divina se halla en Jesucristo
(Heb. 1:1-3).
Más de trescientas referencias, solo en el Antiguo Testamento, hablan de Cristo como el Mesías. Jesús es la simiente de la mujer (Gén. 3:15), nacido de una virgen (Isa. 7:14), en Belén (Miq. 5:2; Mat. 2:1; Juan 7:42). Sería llamado Señor (Sal. 110:1; Luc. 2:11), Hijo de Dios (Sal. 2:7; 1 Crón 17.11-14; Mat. 3:17; 16:16; Mar. 9:7), y Emanuel, «Dios con nosotros» (Isa. 7.14; Mat. 1:23). Se predijo que sería traicionado por
un amigo (Sal. 41:9; Mat. 10:4) por treinta piezas de plata (Zac. 11:12; Mat. 26:15), abandonado por sus discípulos (Zac. 13:7; Mar. 14:50) y crucificado entre ladrones (Isa. 53:12; Mat. 27:38), pero que al tercer día resucitaría (Mat. 16:21; 17:9, 22, 23; 20:18, 19).
Su vida, muerte y resurrección constituyen hechos aceptados por la historia. No obstante, lo que hace que Jesús sea único y singular entre otros líderes religiosos como Buda, Mahoma y Confucio, es su afirmación de que era Dios (Juan 5:17, 18; 8:58; 10:30-33).
Y lo que pensemos de Jesús es literalmente un asunto de vida o muerte para nosotros (Juan 3:36).
¿Qué opciones tenemos?
Tenemos tres opciones: Jesús fue un mentiroso, un lunático o fue Dios.1 Si Jesús mintió deliberadamente sobre su deidad, entonces no solo fue hipócrita, sino malvado. Si creyó sinceramente que era Dios cuando no lo era, entonces fue un lunático. Pero si su afirmación de que era Hijo de Dios fue verdadera, entonces es peligroso rechazarlo.
En último término es una cuestión de fe, que no debería resultarnos extraña. Cada vez que viajamos en avión, por ejemplo, tenemos cierta dosis de fe en personas y maquinarias para nosotros desconocidas. Nuestro viaje celestial es más seguro que cualquier viaje en avión. Jesús es el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6).
Para mí, las evidencias que tenemos son suficientes para garantizar mi entrega total. Creer en Dios y en Jesús, que fue enviado por él, es vida eterna.2
*Una versión de este artículo apareció en Record, División del Pacífico Sur, 4 de julio de 2009.
1 Las siguientes ideas han sido deducidas de Josh McDowell, Evidence That Demands a Verdict: Historical Evidence for the Christian Faith, vol. 1 (San Bernardino, California.: Here’s Life
Publishers, 1986), pp. 103-107.
2 Juan 17:3.
2 Juan 17:3.
Limoni Manu escribe desde Wanganui, Nueva Zelandia
Fuente: Adventist World. Edicion de Febrero 2010