7 nov 2009

Los errores ocultos

Una lección sobre el amor al prójimo

“¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Sal. 19:12).

Hubo un momento en mi vida cristiana cuando me resultó crucial entender qué quiso decir David al hablar de “errores ocultos”. ¿Cómo es posible violar la ley de Dios si no nos damos cuenta de que estamos pecando? ¿Somos culpables? ¿Necesitamos igualmente el perdón?
Los pecados o errores ocultos mencionados en Salmos 19:12 se refieren a los pecados que cometemos sin darnos cuenta de que estamos pecando. Son cosas que deberíamos hacer pero que no hacemos, como por ejemplo el caso del padre que no corrige a un hijo que necesita corrección. Podría significar también apatía hacia el dolor o la pérdida, o no actuar contra los que vemos que están dañando a otros quitándoles lo que es de ellos o destruyendo los lazos comunitarios. Los pecados ocultos no necesariamente tienen que producir escándalos, como en el caso del adulterio; pero aun así, desafían la ley de amor de Dios y representan de manera equivocada su santo carácter.

Demasiado poco, demasiado tarde

Hasta el día que conocí a la mujer de trajecito rojo, no me di cuenta del efecto adverso que los pecados ocultos pueden tener sobre el alma y de cómo pueden debilitar nuestra relación con Dios. Como la veía a menudo vestida así y no me había preocupado por saber su nombre, era solo eso: la mujer del trajecito rojo. Una silueta más en la vastedad de los inmensos salones de mármol del edificio del congreso provincial, donde ambas trabajábamos.


Hasta el día que conocí a la
mujer de trajecito rojo, no
me di cuenta del efecto
adverso que los pecados
ocultos pueden tener sobre el
alma y de cómo pueden
debilitar nuestra relación
con Dios.


Casualmente, la oficina de la mujer del trajecito rojo estaba justo enfrente de la mía. Aun así, pasaron muchos años antes de que supiera su nombre. Acaso fue su timidez la que me impidió acercarme. Ella era sumamente apocada, y sus ojos verdes se movían de un lado a otro con aparente vergüenza como rogando escuchar ese “hola” impersonal 
y apresurado que yo le daba cuando por casualidad nos 
cruzábamos en el pasillo.

Con las limitaciones de su actitud vaga y distante, pronto comencé a percibirla no como persona sino más bien como una estructura, casi como si fuera parte del edificio. Por ello, esperaba verla allí para siempre.

Pero una mañana invernal, nuestra oficina recibió la triste noticia del fallecimiento de Marci Smith. Como 
todos los que trabajábamos allí, Marci Smith debería haber tenido muchos amigos y familiares. Sin embargo, estuvo muerta una semana antes de que alguien notara su ausencia.

Un vecino sintió que un olor extraño y nauseabundo salía de su departamento y llamó a la policía, que descubrió el cuerpo.

Me sentí muy enojada. ¿Cómo era posible que alguien muriera y nadie se diera cuenta? Me dije a mí misma que su suerte habría sido distinta de haber sido mi amiga. Seguramente no habría muerto sola y abandonada como fue el caso. Entonces, descubrí que en realidad, no sabía quién era Marci Smith o qué aspecto tenía

Con desesperación, procuré relacionar un rostro con 
ese nombre, pero por más que lo intenté, Marci Smith no alcanzaba a formar ninguna imagen en mi cerebro.
¡Qué mal y en falta me sentí cuando finalmente alguien me describió quién era la fallecida y me di cuenta de que Marci Smith era la mujer del trajecito rojo; la mujer sin nombre a quien jamás me tomé el tiempo o el esfuerzo de conocer! Elevé una oración, deseando que el tiempo volviera atrás. Pero tristemente, la oportunidad de amar a Marci 
Smith se había esfumado para siempre.

Preguntas para pensar

1. ¿Cómo podemos descubrir
cuáles son nuestros errores ocultos?
¿Qué podemos hacer para vencerlos?


2. ¿Cómo podemos mostrar el amor
de Jesús a los quenos rodean?


3. ¿Se ha dado cuenta alguna vez
de que sin querer ha herido 
a otra
persona, pero que es demasiado
tarde para reparar el daño?
¿Qué debería hacer entonces?
¿Y qué podemos hacer hoy para 

que los demás sepan que estamos
interesados en ellos?

4. ¿Qué otras aplicaciones espirituales
podemos extraer de esta experiencia?

Hambrientos de amor

No lo sabía entonces, pero mi negligencia y falta de interés en otros constituyeron “errores ocultos” que ofendieron a Dios. Por ello el salmista oró diciendo: “¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias, que no se enseñoreen de mí. Entonces seré íntegro y estaré libre de gran rebelión” (Sal. 19:12, 13).

Nuestro pequeño mundo está hambriento de amor, de ese amor profundo y sincero que puede vencer al desánimo y llenar los corazones de esperanza.

A pesar de ello, muchas veces el exagerado individualismo nos priva a nosotros y a otros de ese amor. Nuestro maravilloso Padre celestial quiere que recordemos que el amor es el único atributo de esta vida que no sufrirá cambios en la venidera. Desea que comprendamos la importancia de liberarnos de los errores ocultos, de los pecados que nos hacen susceptibles a olvidar que somos llamados a amar como Dios amó, a hacer que el amor sea la fuerza motivadora de nuestra vida.

Olga Valdivia escribió este artículo mientras trabajaba en la secretaría del Ministerio de Justicia para Recursos Naturales de Idaho, Estados Unidos.


Fuente: Spanish Adventist World. - Septiembre del 2009